Quiero empezar por decir que la intención de este escrito no es hacer un desglose teórico ni explicar qué es la crianza en libertad; tampoco es una receta o un listado de consejos para criar hijos más libres o para sentirnos más libres cuando criamos. Es, más bien, una conversación que llevo hace rato conmigo misma, palabras que circulan en mi cuerpo, que salen de mi vivencia y que hoy emergen desde mis entrañas como apuntes, como escenas que van armando un rompecabezas. Palabras, que espero, se conviertan en una conversación contigo, querido lector o lectora, que seguramente también te has preguntado por la crianza como un ejercicio de libertad y no de domesticación. 

Soy mamá de una hija maravillosa, que me acompaña y acompaño desde hace siete años. Y en este viaje intenso de la crianza hay una pregunta que perseguía constantemente: ¿soy una buena madre? Y digo me perseguía de manera intencional, porque hay preguntas que se vuelven látigo, que afloran en los ojos de otros y de nosotras mismas como un juicio o una amenaza. Un viaje consciente por mí propio ser me permitió comprender que era importante cambiar esa pregunta por ¿qué madre quiero ser? ¿y cómo esa madre se parece a la que estoy siendo?

Siento que mi hija ha sido una gran maestra y que la maternidad ha sido para mí una experiencia de evolución, en tanto me ha exigido revisar mi historia y hacer lo posible por convertirme, día a día, en la mejor versión de mi misma. Al otro lado del espejo, donde se refleja la madre que soy, veo muchas madres que me gustan: me veo disfrutando del juego y el arte con mi hija, cocinando, amamantando, cuidando, fluyendo con los tiempos y los ritmos. Y también, otras que no me gustan y con las que he tenido que lidiar: como el encuentro con las memorias y la presencia de la madre siniestra.

A ella, a la madre siniestra, la miré a los ojos hace poco tiempo, la reconocí en mí ¿quién es? Es la que ejerce control, la que no confía, la que domestica, la que violenta con sus palabras y con su cuerpo, la que no deja crecer, la que se victimiza y se sacrifica. La vi actuando frente a mi hija y en mis relaciones con otras personas, haciendo presencia en mis roles de esposa, de jefe, de amiga.  Y la vi también en mi linaje, en mi madre, en mis hermanas, en mis tías, en mi abuela ¡Es enorme el poder de las madres!

¿Y por qué estoy hablando de esto si lo que quería era hacer unos apuntes sobre la crianza desde la libertad? Porque para mí la madre siniestra es la guardiana feroz de la domesticación. He tenido que mirarla a los ojos, abrazarla e invitarla a dar un paso al lado para experimentar esa madre que quiero ser, una madre consciente, amorosa, cuidadora, que nutre a sus hijos, que crea y recrea el mundo, que fluye con la vida y que, con su ejemplo, manifiesta el gozo de la vida.

¿Qué entiendo, entonces, por la crianza desde la libertad?

Concibo la crianza como un espacio de RESPETO, así, con mayúsculas. Respeto por nuestros hijos, por esos seres que elegimos y que nos eligieron desde las estrellas. Y ese respeto se manifiesta en un ejercicio de escucha constante, en la manera como les hablamos, en el lugar que les damos a sus tiempos y sus elecciones. En dejar crecer y dejar hacer, en soltar el control y permitir que vaya encontrando poco a poco su autonomía; bien dicen que una buena madre es la que hace que sus hijos cada vez la necesiten menos.

Ese respeto también se manifiesta en no elegir la violencia como modo de relacionarnos con nuestros hijos, porque la violencia es un desconocimiento del otro, un silenciamiento que impone y paraliza.

Y respetar no tiene nada que ver con la inexistencia de límites o con dejar hacer “lo que se les da la gana”. Una madre o un padre que cría en respeto y libertad está presente, está cuidando y sosteniendo, dando orden y ritmo. Y, sobre todo, escucha, da lugar para el acuerdo y no impone su palabra como si fuera la única válida. No abandona su rol de adulto, su rol de autoridad y, con respeto, enseña los límites

Desde mi experiencia he podido comprender que enseñar la libertad implica primero experimentarla como premisa de vida. Es decir que la madre no está al servicio de un pequeño tirano que solo quiere hacer su voluntad y, ella, la madre, está haciendo un sacrificio constante de sus propios deseos para que el otro experimente una falsa libertad, basada en la desconexión de las necesidades de los otros. Vivir la crianza en libertad es, pues, disfrutar mientras maternamos, escucharnos y ser ejemplo de libertad con nuestra propia vida.

Vivir la crianza desde la libertad es también aprender y recordar el lenguaje de los niños y las niñas, conectarse con el juego, el arte, la exploración como maneras de percibir y comprender el mundo. Atesoro en mi memoria diferentes momentos vividos al lado de mi hija, en los que nos entregamos a jugar, a pintar, a cantar, a bailar y a disfrutar el tiempo mientras inventamos mundos imaginados ¡Cuando creamos somos más libres!

Y finalmente, para mí criar desde la libertad, es conectarme con mi instinto, con mi propia voz y poder escuchar siempre a mi intuición y a mi corazón, reflexionar críticamente sobre el sistema de creencia que define qué es una buena madre y rehacer una versión con la que nos sintamos felices. Una versión que siempre está en reconstrucción, que se conjuga en gerundio porque se cría criando, se materna maternando.

Seguimos… ¿Qué es para ti criar desde la libertad?