Tejer la placenta con nuestras manos y sembrarla en la tierra, nos permitirá abrir la ventana de un conocimiento que se ha olvidado y regresar al mapa original de nuestra fecundación, gestación y nacimiento. Es una manera de retornar a la memoria, no desde la mente, sino desde el sentir, desde el arte, el dibujo, el trazo de las líneas, el hilo y la aguja; es tocar las puertas del diseño sagrado para que el mismo diseño hable, se manifieste y en este caso específico, nos cure del olvido.

El tejido de la placenta es un acto simbólico que busca completar la biografía de nuestro nacimiento. Una biografía que ha estado parcializada por los recuerdos del neocórtex pero que olvida una dimensión esencial y estructural de nuestra psiquis en el inconsciente. Y allí, en esa dimensión del inconsciente, la placenta descansa junto con las memorias gestacionales que determinan en mucho nuestra vida sobre la tierra.